Lo había intentado ya de mil maneras.
Primero la quiso matar de pasión, después de celos. Más tarde le soltó a bocajarro que era tonta y no valía para nada. Cuando intentó rebelarse la tachó de histérica y, por fin, de imbécil y de estúpida. Se quedó paralizada.
Pero aquel día preparó él dos tazas calentitas de té verde, la besó en los labios y le dijo: “cariño, siéntate y bebamos juntos”.
Sin que la viera, ella intercambió las tazas. Puede que no fuera tan estúpida, sólo que él ya no pudo comprobarlo.
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