(A veces la conciencia reconcome al escritor si pasan días y no escribe. Es el momento en el que ha llegado la obsesión)
No voy a escribir un poema en este caso
aunque de sequía me acuse la conciencia.
Hoy quiero desbarrar a mano suelta,
usar gerundios si el cuerpo me lo pide y…
¡andando!, que es un ídem que abre vías.
No pienso preocuparme de asonancias,
así que nada de juicios ni autocríticas.
No voy a escribir un poema por encargo,
ni siquiera aunque yo misma me lo pida,
lo haré sólo cuando no pueda evitarlo.
Entonces mediré las sílabas (o no),
tendré precaución con el adverbio
y me cuidaré muy mucho de poner
“igriegas” a granel, copulativas.
No abusaré de la luna, Dios me libre,
ni de tanto pentagrama, ya nos vale,
ni de adjetivos inútiles que sobrecalifiquen
lo que un sustantivo a tiempo pueda.
No voy a escribir un poema sólo por ser del oficio.
Hoy soy libre de ataduras líricas,
patina mi lápiz veloz por los papeles.
Hasta me permito desgranar esas palabras
que juré nunca escribir (frente a la imagen de mis ídolos
y puesta la palma de mi mano diestra
sobre el laico diccionario de la RALE),
declamando y declarando que nunca habitarían mi Poesía:
(Léanse: “titilar”, “arpegio” o “abisal”, entre otras varias).
Me siento feliz. Poéticamente ácrata y rebelde.
Por fin ridiculizo esos fonemas al dejarlos fuera de contexto.
Ya estoy en paz con la Literatura.
No voy a escribir un poema, no.
Pero...
me queda un come-come.
Mira tú que si burla-burlando… (?)
¡Ay, Señor!, cómo somos los poetas.
me queda un come-come.
Mira tú que si burla-burlando… (?)
¡Ay, Señor!, cómo somos los poetas.
Todos los derechos©Ángeles Fernangómez (texto)
Todos los derechos©Santiago Carrasco (foto)
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