Foto tomada de Internet
EL CEMENTERIO EN LLAMAS
Subía el
alma del muerto ciprés arriba hasta la cima. Abajo quedaba un cuerpo al que
siempre detestó.
Se paró
en la afilada cumbre del árbol de los muertos y, con esa mirada que solo poseen
las almas liberadas, esa mirada sin ojos que todo lo traspasa, observó sus
huesos malformados en el interior de la caja dentro de la tumba; su carne aún
sin deshacerse, sus manos toscas, su rostro repulsivo y monstruoso suavizado
ahora por los párpados cerrados.
Jamás se
sintió a gusto en ese cuerpo horrible que le tocó en suerte y que en otras
épocas hubiera deambulado de feria en feria sin que nadie recalara en sentimientos. En el mundo del presente en que vivió las apariencias se guardaban,
pero no fue capaz de salir de su pequeño entorno ni mirarse a espejo alguno.
Las
carcajadas del alma resonaron desde lo alto del ciprés por todo el camposanto.
Por fin era libre, se había desprendido de aquella materia como la serpiente se
desprende de su piel para la renovación del año. No tenía intención alguna de
ocupar más cuerpos por ahora; probablemente jamás volvería a ocuparlos.
Satisfecha,
sobrevoló el cementerio a la velocidad del rayo varias veces hasta sentirse
rayo. El ciprés por el que había subido hasta las nubes estaba justo a los pies
de su tumba. Miró hacia abajo de nuevo. Allí estaba su cuerpo sin vida, ¡sin
alma!; observó su vientre abultado por el efecto de las últimas pastillas, ese
cuerpo que ya no, pero que le había tenido atrapado durante más de setenta años
en las mediciones de la Tierra, aunque quizá un segundo de eternidad tan solo…
De repente, sintió el deseo de fulminarlo, de no dejar reconocible ni un rastro, de que no quedara nada, ni un recuerdo material de lo
que fue.
Tomó
conciencia de la distancia y volvió a sentirse rayo, a serlo, ser ¡rayo!… y
sobrevoló como el vértigo las copas de los cipreses. Con un instinto casi
humano, golpeó con fuerza al que estaba a los pies de su tumba, el más alto y
más longevo. Provocó con ello un estallido de fuego que se extendió por las
ramas con el choque, el viento hizo que saltaran las llamas de uno en otro de
los árboles, ardían como enormes cirios convirtiendo el cementerio en el
infierno de Dante. El mármol de las cruces se calentaba, agrietaba y rompía. La
noche se hizo luz de fuego en el valle de los muertos. El alma-rayo impactó
en la tumba de su antiguo cuerpo haciendo añicos la lápida y todos sus
contornos, el calor y las llamas envolvieron la caja de madera devorándola en
segundos. Todo fue color de fuego en un instante.
El resto,
ya solo fue cumplirse los deseos del alma y deshacerse para siempre de
recuerdos.
.
Todos los derechos©Ángeles Fernangómez (texto )