El final fue aquel tiempo en el que ya no hubo ni botijos de barro en los brocales. Para qué, si los pozos eran sólo huecos cilíndricos, como comienzos de arterias desangradas, abiertas a la tierra, secos. Pozos secos.
Quizá te acuerdes. Tú también sucumbiste a la tragedia. Como yo, como todos, como todo.
Quizá te acuerdes. Tú también sucumbiste a la tragedia. Como yo, como todos, como todo.
Las reservas de agua almacenadas no tardaron en llegar a su fin. Los juncos cada día eran menos, y menos verdes los que aún se resistían. Todos sabemos que si no hay juncos es que no existen manantiales. ¡Qué pocos reductos quedaban cuando ya se contaba por lustros la sequía! Quizá el mayor de todos, y que mantenía la vida aún sin extinguir del todo, fuera el ya casi hilillo transparente que corría entre las piedras del Gran Río, el que, una vez, había sido de verdad gran río. La cotización de sus riveras estaba muy en alza, era la poca humedad que aún quedaba. Sólo siguiendo la corriente subterránea de la que emanaba su principal caudal, podía extraerse algo de agua del subsuelo para no morir.
Los jardines interiores de las casas -¿lo recuerdas?- tenían la tierra horadada; horadada en busca de subsuelo acuoso. Polvo seco, eso y sólo eso aparecía, aunque todos lo intentaban.
Hubo un día en que yo caminaba sin rumbo, sólo me guiaba el instinto en busca de algo húmedo que llevarme a los labios. Fue entonces cuando corrí al ver a lo lejos unas pequeñas ramas que apuntaban todavía algún tono verdoso. Tú sabes cómo acaba aquella historia, sí; pero fui yo quien casi no lo cuenta. Imagina que vas corriendo en busca de la salvación que crees al alcance de la mano. Sólo miras al objetivo, no ves más. Por eso no vi el agujero grande perforado en la tierra y excavado en busca de corrientes que no había, el pozo sin agua. Y uno de mis pies pisó el vacío. Caí al fondo. Él fue quien me amortiguó el golpe. Allí estaba, con el mango del pico entre las manos, muerto, putrefacto ya. Aquel anciano debió de desvanecerse mientras buscaba agua cavando y cavando la barriga de la tierra, y ahora me había salvado a mi la vida en la caída, aunque llenó mis ojos de terror también. Si sólo de pensarlo dan ganas de gritar, podrás hacerte una idea de lo que yo sentí cuando mi cuerpo quedó abrazando al suyo. Era la sequía que empezó un verano de hacía ya no se sabe cuánto tiempo. Un verano que invadía los inviernos. ¿Qué pensarías de un año que recorre cuatro estaciones sin apenas lluvia? Dijeron que la media de lluvia, no llegaba a un día por estación siquiera. La vida estaba en peligro, se extinguía, tú lo sabes. Se extinguió.
Trata de pensar cómo sería un lugar en el que lo que se trafica en los tugurios fuera simplemente agua. Así eran las riveras del Gran Río. Los asesinatos, los abusos y la delincuencia llegaron de la mano.
Un día, el cielo se me puso rojo, las calles se pusieron rojas, el aire era tan encarnado que no podía ni mirarlo, entre otras cosas, porque mis ojos también tenían roja la mirada. Después no supe más.
Trata de pensar cómo sería un lugar en el que lo que se trafica en los tugurios fuera simplemente agua. Así eran las riveras del Gran Río. Los asesinatos, los abusos y la delincuencia llegaron de la mano.
Un día, el cielo se me puso rojo, las calles se pusieron rojas, el aire era tan encarnado que no podía ni mirarlo, entre otras cosas, porque mis ojos también tenían roja la mirada. Después no supe más.
Ahora, desde el otro lado, intento convencer a Dios para que cree hombres de barro sin agua, hombres secos que no sucumban a sequías estivales ni calentamientos de planetas, seres humanos deshidratados que no necesiten del agua para sobrevivir. Y me infundan fuerzas para atreverme a renacer.
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Todos los derechos©Ángeles Fernangómez (texto y foto)
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