ADIÓS
Por fin estábamos de acuerdo en algo: tú pagabas las costas del entierro y yo atendía a los detalles.
Comprobé que el pulso no latía. Me recosté en su pecho: ¡ni un sonido! Asentiste, así que lo amortajé sin prisas y me ocupé después del protocolo funerario.
Más tarde, sobre la tumba, recité unos versos. No hubo losas; la alfombré de plantas siempremuertas -decidí cambiarles el nombre esa mañana, al arrancarlas del jardín para el transplante-.
La ocasión bien merecía un respiro.
Levanté la vista y allí estabas. A mi lado no, pero sí en frente, mirando también hacia la tumba. Ni una mueca, ni una lágrima.
Firmamos los papeles y estrechamos la mano de quien autorizó el levantamiento del cadáver tras certificar su muerte, dictaminando, así mismo, sobre el reparto de la herencia.
Al dejar el edificio, dos besos en las mejillas para el adiós y el cambio. Distintos puntos cardinales.
Descanse en paz el amor –nos pensamos-.
Comprobé que el pulso no latía. Me recosté en su pecho: ¡ni un sonido! Asentiste, así que lo amortajé sin prisas y me ocupé después del protocolo funerario.
Más tarde, sobre la tumba, recité unos versos. No hubo losas; la alfombré de plantas siempremuertas -decidí cambiarles el nombre esa mañana, al arrancarlas del jardín para el transplante-.
La ocasión bien merecía un respiro.
Levanté la vista y allí estabas. A mi lado no, pero sí en frente, mirando también hacia la tumba. Ni una mueca, ni una lágrima.
Firmamos los papeles y estrechamos la mano de quien autorizó el levantamiento del cadáver tras certificar su muerte, dictaminando, así mismo, sobre el reparto de la herencia.
Al dejar el edificio, dos besos en las mejillas para el adiós y el cambio. Distintos puntos cardinales.
Descanse en paz el amor –nos pensamos-.
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Todos los derechos©Ángeles Fernangómez (texto y foto)
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