Relato en 4 tiempos
(2002)
4ª y última parte: RECUERDOS
Andrea llegó a la casa.
Se había enterado de que la habían puesto en venta y estaba decidida a recuperarla. ¡Tanta vida desde que salió de ella!: los coqueteos de su juventud, el corazón y la razón, más equilibrados ya en sus años de madurez, los hijos, la muerte de sus padres, el compañero de su vida, los triunfos y los fracasos, toda su vida se quedaba quieta en este presente, ahora que intentaba disfrutar de la jubilación que creía bien merecida, aunque el dolor de sus huesos a veces lo dificultara. Todo eran recuerdos y más recuerdos.
Sentía su vida como una película proyectada en exclusiva para la niña que allí fue, jugando en aquel patio y en aquella huerta. No pudo evitar que lo primero fuera echar un vistazo a la morera, preguntándose antes si existiría todavía. Comprobó que sí, y el sabor de sus moras maduras le evocó aún más recuerdos. Luego se dirigió al interior. Entró en la cocina (primera puerta a la derecha, lo recordaba perfectamente), y su mirada se quedó clavada con expresión de ternura en el poyete de la ventana donde ella dejaba siempre sus muñecas de cartón-piedra mientras comía. Tocó las paredes suavemente como si acariciara piel viva. Y así, rozándolo todo con un tacto consciente, recorrió toda la casa. Toda su vida se recreaba con ella.
Le pareció que la niña y ella se desdoblaban y sintió deseos de cruzársela por la escalera que conectaba con el piso de arriba, abrazarla y decirle: “mira, pequeña, he llegado hasta aquí y todo esto vuelve a ser tuyo, para que juegues e inventes más aventuras. Yo las escribiré en un cuaderno de colores y lo cerraré cada día con una cinta dorada que envuelva tu preciosa fantasía.
La casa era la niña, pero una niña sabia, que conocía casi toda su vida futura. Estaba recogida en sus recuerdos.
Andrea saltó de esos pensamientos al presente y firmó el contrato de compra-venta. Con él en la mano, sintió el ciclo de la vida, ese donde el final es el principio y cada comienzo encarna un fin. Lo apretó fuerte entre las manos, como si agarrara la vida misma y subiendo a su coche, tomó el camino de regreso, esta vez sabiendo que pronto volvería y se sentaría a la sombra de su casa a recordar y vivir. FIN
Sentía su vida como una película proyectada en exclusiva para la niña que allí fue, jugando en aquel patio y en aquella huerta. No pudo evitar que lo primero fuera echar un vistazo a la morera, preguntándose antes si existiría todavía. Comprobó que sí, y el sabor de sus moras maduras le evocó aún más recuerdos. Luego se dirigió al interior. Entró en la cocina (primera puerta a la derecha, lo recordaba perfectamente), y su mirada se quedó clavada con expresión de ternura en el poyete de la ventana donde ella dejaba siempre sus muñecas de cartón-piedra mientras comía. Tocó las paredes suavemente como si acariciara piel viva. Y así, rozándolo todo con un tacto consciente, recorrió toda la casa. Toda su vida se recreaba con ella.
Le pareció que la niña y ella se desdoblaban y sintió deseos de cruzársela por la escalera que conectaba con el piso de arriba, abrazarla y decirle: “mira, pequeña, he llegado hasta aquí y todo esto vuelve a ser tuyo, para que juegues e inventes más aventuras. Yo las escribiré en un cuaderno de colores y lo cerraré cada día con una cinta dorada que envuelva tu preciosa fantasía.
La casa era la niña, pero una niña sabia, que conocía casi toda su vida futura. Estaba recogida en sus recuerdos.
Andrea saltó de esos pensamientos al presente y firmó el contrato de compra-venta. Con él en la mano, sintió el ciclo de la vida, ese donde el final es el principio y cada comienzo encarna un fin. Lo apretó fuerte entre las manos, como si agarrara la vida misma y subiendo a su coche, tomó el camino de regreso, esta vez sabiendo que pronto volvería y se sentaría a la sombra de su casa a recordar y vivir. FIN
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Todos los derechos©Ángeles Fernangómez (texto y foto)
Todos los derechos©Ángeles Fernangómez (texto y foto)