DÍA 9 (49 días)
LA NEVADA
En mi tierra de montaña, a la
nieve que nos encontramos aquella mañana de marzo al mirar por la
ventana, no se lo llamaría nevada. Existen allí varias formas de calificar el
grosor de la nieve sin tener que tirar de cinta métrica. Así, de mayor a menor,
se habla de nevadona, nevada, nevadina y telina. Con sólo decir uno de esos
nombres, cualquier oriundo se hace a la idea de la magnitud del manto blanco.
Pues, dicho así, con esas variantes
lingüísticas que marcaron mi forma primigenia de expresarme, lo que aquella
mañana de confinamiento nos encontramos en Madrid fue simplemente una telina, pero daba
gloria verlo, era nieve a fin de cuentas. El poeta Batania dice “Cada vez que nieva, tengo 5 años”, también
él es norteño y sabe que su mente, al verla, vuelve a la infancia a coger bolas de nieve y
organizar peleas divertidas. Por eso a mí se me quedó muy grabada su
frase, porque me identifico con el mensaje tan profundamente que me inunda y lo repito.
Al levantarme, abrí la ventana de la sala y
allí estaba el jardín de siempre, pero las grandes manos de la palmera estaban
blancas, como sosteniendo en oferta la nieve para entregársela al primero que
abriera las ventanas. Los setos también tenían una ligera capa y los coches del
poquito tramo de calle que se alcanza a ver, también estaban cubiertos. Pronto
se derretiría en cuanto apuntara el sol mínimamente, así que fui por mi cámara
de fotos y comencé a tomar los detalles que más me llamaban la atención. Me
había venido a visitar la nieve y lo sentí como un milagro.
Me llamó la atención lo que
alguien había escrito en el cristal de atrás de uno de los vehículos. Se leía
claramente “Te quiero”. Imaginé al autor (o autora) escribiéndolo muy
temprano, de camino al trabajo, tal vez era alguien que trabajaba en algún hospital
y, no sólo no podía estar confinado, sino que,en esos días, trabajaba mucho más dura y peligrosamente, con la presión al máximo. Seguro que lo había escrito protegidas las manos con
unos guantes de látex, respirando dentro de una mascarilla y pensando en la
añoranza que sentía por la persona amada a quien el mensaje iba dirigido y a
quien no podía ver porque estaría en otra casa inmerso (o inmersa) en cuarentena. Sentí
empatía y agradecimiento al mismo tiempo. Después, cerré la ventana y sonreí. Este virus no ha
podido matar al amor -me quedé pensando-.
un “te
amo” escrito sobre nieve
sostiene
la esperanza:
no puede un virus matar al amor.
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A día de hoy:
- Seguimos confinados
- Los niños ya salen una hora a la calle.
- Ya tenemos calendario de "desescalada" (por fases)
- Curva descendente